miércoles, 3 de agosto de 2011

El del ranchero en la pedicura.

 

Bueno, no seamos tan exactos…

 

Por: Estohy Gahnoso

 

Artemio un día de despierta muy animado decide que va a ir a conocer la gran capital del país.  El vive en la ranchería del Lagarto, municipio de Tepescoelhoyo El Chico, en el Estado de Zacatecas.  Inmediatamente piensa que tiene que comunicárselo a Cleofas,  gran amigo, casi hermano y compadre.  Así es que se encamina de inmediato a buscarlo a su labor.  Además, como el compadre ya había visitado la gran ciudad, le podría dar algunos consejos y recomendaciones.  Y así fue en efecto, independientemente del gran gusto que le dio a Cleofas el que su gran amigo se fuera a pasear a la gran capital, se puso a darle muchos tips que seguramente le servirían.

 

Emprendió Artemio el viaje, llegó a la gran ciudad y obviamente se apantalló.  Apenas se instaló en un hotelito que su compadre por el rumbo de la Merced. Se salió a caminar como loco, tal y como estaba acostumbrado, y a vislumbrar por aquí y por allá.

 

En esas andanzas andaba, cuando que se acuerda de que su compadre le recomendó que no dejara de visitar una casa en donde unas muchachas requete bonistas "le dan a uno unos masajes re sabrosos".  Se acordó y se dirigió hacia donde le indicara Cleofas: "más o menos dos cuadras a al sur del monumento de la Revolución.", a la mitad de la cuadra.

 

Ahí, más o menos donde le dijo, vio arriba de la entrada de un zaguán un letrero que decía: "PEDICURE".  Se quedó pensando lo que significaba esa palabra, y después de un rato se dijo: "Caramba pues yo creo que aquí es, no hay de otra"-  Entonces se decidió y entró al local. 

 

Era el local, un salón de regular tamaño, bien presentado y limpio.  Había varias mesitas propias para el pedicure, con divisiones a base de cortinas que conformaban pequeños cubículos para darle cierta intimidad a cada uno.

Artemio estaba observando con detenimientos, cuando una joven dama, guapa ella, enfundada en una bata blanca impecable, ceñida a su cuerpo esbelto y bien conformado, se acerca y le dice:

-- Bienvenido señor, en que podemos servirle.

 

Artemio, se sorprende, ciertamente embelesado ante la imagen ciertamente bonita que tenía enfrente.  Su mente brilló e inmediatamente surgió una idea erótica.  Se controla y le contesta:

-- Mire señorita, deseo que me den un tratamiento especial.

 

La dama le indica que pase a uno de los cubículos, diciéndole que se siente frente a la mesita y se prepare.

 

Ipso facto Artemio se sienta, se desabrocha la bragueta y saca su instrumento varonil, que por cierto era de apreciable tamaño.

 

La dama se acerca por el otro lado de la mesita, se sienta, se coloca una pequeña toalla en las rodillas y le dice a Artemio:

-- Páseme el pie.

 

Artemio lo toma como una palabra disfrazada, y le estira su instrumento.  La dama lo toma, lo palpa, y sorprendida de dice:

-- ¡Señor, esto no es un pie!

 

A lo que Artemio contesta con cierta modestia:

-- Bueno señorita, no seamos tan exactos, una pulgada menos o una pulgada más, no tiene importancia.

 

 



No hay comentarios: