Doña Refugio se llamaba la profesora de 6° grado de primaria en la Escuela Primaria de la Colonia Bondojito. Doña Refugio era una mujer madurona pero de no malos bigotes, que llamaba la vista de pocos profesores de la escuela. Además se notaba a leguas que era muy ardiente.
Pues bien, entre los alumnos del 6° grado había uno que se llamaba José y que obviamente le decían Pepito, pero no vaya a creer que el de los cuentos, no, ese es otro, pero este no se quedaba atrás en lo que a puntadas se refiere.
Un viernes, al terminar las clases, Pepito se le acerca a doña Refugio y le espeta una pregunta:
-- “Maestra, si usted quiere yo le puedo hacer con el dedo y con la boca”
Obviamente la maestra se quedó paralizada por pregunta tan atrevida. Se le quedó viendo a Pepito un rato, y después le dijo;
-- “Niño atrevido, cómo te atreves, no te mando con la directora para que te expulse, por considerar que actuaste sin pensar lo que decías, pero la semana próxima te vas a quedar castigado dos horas después de clase y vas a hacer el trabajo que te voy a encomendar”
Pepito, sin decir nada, pero sin mostrar ninguna congoja, se despidió y se fue con sus cuates.
Dicho y hecho, la semana siguiente se la pasó trabajando dos horas después de clase: limpiando el salón, leyendo y escribiendo lo que la profesora le indicaba. Así llegó el viernes, y la profesora le dice:
-- “Pepito, al termino de su castigo me espera, yo vengo a ver como cumplió lo que le dejé.”
Terminó la hora de clase, cumplió las dos horas de castigo, y esperó a que llegara la profesora. Tal y como le había indicado, apareció la profesora, con movimientos jacarandosos, como si se hubiera echado dos o tres copetines, se acercó a Pepito y antes de que este empezara a explicar lo que había hecho, la profesora se adelantó y le dijo:
-- “Oye Pepito, ¿que de veras podrías hacerme lo que dijiste hace una semana?”
Obviamente que Pepito se quedó como pasmado, pero reaccionó rápido, como si fuera viejo lobo de mar, y le dijo ipso facto:
-- “Seguro que si maestra, si usted quiere”
Entonces la maestra ni tarda ni perezosa se levantó la falda, se bajó la pantaleta y se sentó en la orilla del escritorio.
-- “Ándale Pepito, que estoy ardiendo”
Entonces Pepito empezó a jugarse los labios con el dedo: ble, ble, ble, ble,
Pues bien, entre los alumnos del 6° grado había uno que se llamaba José y que obviamente le decían Pepito, pero no vaya a creer que el de los cuentos, no, ese es otro, pero este no se quedaba atrás en lo que a puntadas se refiere.
Un viernes, al terminar las clases, Pepito se le acerca a doña Refugio y le espeta una pregunta:
-- “Maestra, si usted quiere yo le puedo hacer con el dedo y con la boca”
Obviamente la maestra se quedó paralizada por pregunta tan atrevida. Se le quedó viendo a Pepito un rato, y después le dijo;
-- “Niño atrevido, cómo te atreves, no te mando con la directora para que te expulse, por considerar que actuaste sin pensar lo que decías, pero la semana próxima te vas a quedar castigado dos horas después de clase y vas a hacer el trabajo que te voy a encomendar”
Pepito, sin decir nada, pero sin mostrar ninguna congoja, se despidió y se fue con sus cuates.
Dicho y hecho, la semana siguiente se la pasó trabajando dos horas después de clase: limpiando el salón, leyendo y escribiendo lo que la profesora le indicaba. Así llegó el viernes, y la profesora le dice:
-- “Pepito, al termino de su castigo me espera, yo vengo a ver como cumplió lo que le dejé.”
Terminó la hora de clase, cumplió las dos horas de castigo, y esperó a que llegara la profesora. Tal y como le había indicado, apareció la profesora, con movimientos jacarandosos, como si se hubiera echado dos o tres copetines, se acercó a Pepito y antes de que este empezara a explicar lo que había hecho, la profesora se adelantó y le dijo:
-- “Oye Pepito, ¿que de veras podrías hacerme lo que dijiste hace una semana?”
Obviamente que Pepito se quedó como pasmado, pero reaccionó rápido, como si fuera viejo lobo de mar, y le dijo ipso facto:
-- “Seguro que si maestra, si usted quiere”
Entonces la maestra ni tarda ni perezosa se levantó la falda, se bajó la pantaleta y se sentó en la orilla del escritorio.
-- “Ándale Pepito, que estoy ardiendo”
Entonces Pepito empezó a jugarse los labios con el dedo: ble, ble, ble, ble,
